Artistas de toda la comarca, con grandes promesas como José Luis Diéguez y Rocío Adame entre ellos, participaron en la gala benéfica con la que AFA-El Campillo homenajeó a su fundador, Manuel Romero ‘El Loco’
EL CAMPILLO. El flamenco es más que una expresión artística, supera las barreras del espectáculo, de la música, para convertirse en una verdadera forma de vida en sí mismo, en una manera, cien por cien andaluza, de despertar cada mañana y afrontar, sobrevivir, el resto del día... y de la noche. Por ello, la UNESCO lo declaró, hace pocos meses, Patrimonio Cultural Inmaterial dela Humanidad, porque es un legado que hay que salvaguardar, en sus distintas vertientes: el cante, el toque y el baile. Sobran los argumentos, las palabras, para defender ese reconocimiento. Basta con experimentar las sensaciones que despierta, con dejarse envolver por su magia, con dar vía libre a las emociones que suscita en el espectador. Y, por si fuera poco, derrocha solidaridad, como ocurrió el pasado viernes en la gala benéfica organizada por la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer (AFA) de El Campillo. Simplemente, colosal.
Las mejores voces, guitarras y tacones de la Cuenca Minera unieron su excelencia para, al margen de todo ánimo de lucro, luchar contra el olvido, para combatir una enfermedad que borra de nuestros mayores su más preciado tesoro: el recuerdo de toda una existencia, la satisfacción de sumergirse en la nostalgia de tiempos, aunque difíciles, siempre mejores, los de la juventud. Juan Antonio Marín ‘El Patita’ rompió el hielo con sus fandangos, con su saber hacer, con su garganta rota y fina a la vez, para luego ceder el testigo a la más que consagrada estrella del flamenco pese a sus 25 años, a quien le otorga a este arte un acento minero, campillero, salvocheano: José Luis Diéguez Conde. Con el maestro Pablo Llamas a la guitarra, levantó al público que llenaba el Teatro Atalaya de sus asientos con su estilo cuidado, solemne y sublime al mismo tiempo. Sus soleares y sus fandangos embelesaron a sus paisanos, entregados, rendidos ante un genio que emerge sin límites en el horizonte.
No estaba todo dicho. También fue un día para el descubrimiento. Con sólo 13 años, la nervense Rocío Adame, acompañada por el reputado guitarrista Juan Tejada, irrumpió en las tablas para deleitar a los presentes con su potencia, su alteza y un dominio de la voz inusual a su edad. Se atrevió con temas de la más grande, de Rocío Jurado, y no desentonó, como si de la misma diva del cante se tratara, como si fuera su propia reencarnación, la prolongación de su alma en la tierra. Y, por si fuera poco, a continuación se subió al escenario el pequeño Noel Prada (hijo del cantaor riotinteño Rafael Prada. Toda una aparición. El cante siguió con Gonzalo, que interpretó a la ‘Niña Pastori’, y otro veterano, Rafael Alvarado, que puso de manifiesto la huella, la estela de calidad que precede a las nuevas promesas del flamenco de la comarca, con un mañana que, como quedó patente, se construye sobre la base de unos cimientos más que sólidos.
Tampoco podían faltar las sevillanas, puestas en liza por sendos carruseles de los nuevos ‘Aires del Sur’ y el viejo ‘Tartessos’, que volvía a los escenarios para aportar su grano de arena a la noble causa de AFA-El Campillo y en el que brilló con luz propia, como antaño, Francisco Cumplido ‘El Baila’, que desempolvó las letras de ‘Mi pueblo’, plasmadas sobre el papel en sus años de emigrante en Barcelona, allá por los 70. Los vientos innovadores vinieron acariciados por la Peña Flamenca de Nerva, que, con sones de Semana Santa, rindieron tributo al silencio y a la valentía de los costaleros. Ya sólo quedaban dos ingredientes, el baile y los solos de guitarra. El primero fue arrojado a la olla por el Taller de Violeta Simarro; y el segundo, por el duende de Claudio Guerrero.
Con todo ello, la gala se erigió en bastante más que un mero acto benéfico. Sirvió, en paralelo, para brindar un más que merecido homenaje al precursor, al responsable de que hoy exista la Unidad de Estancia Diurna (UED) Teresa Sousa Prieto en El Campillo: Manuel Romero Fernández, ‘El Loco’, un trabajador incansable que, siempre impregnado por su mono azul, ha regalado su vida a los demás, que fundó, desde la nada, una asociación que hoy integran cerca de mil socios. Y desde la humildad, infinita. Su salud le impidió estar en un acto en el que no quería ser protagonista, pero participó, con su perenne mensaje, el de agradecimiento a cuantos le han apoyado en el camino que emprendió junto a su compañera, su esposa Teresa. Lo que no sabe ‘El Loco’ es que son éstos los que dan gracias por haberle conocido, por haber sido destinatarios privilegiados de sus cariñosos saludos, construidos por esa particular sucesión de improperios que, como expresó el directivo de AFA Fernando Suárez en su discurso, cuando provenían de sus labios, emanaban como los más dulces halagos.
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